Parece que fue ayer y sin embargo estamos hablando del siglo pasado, que parecerá aún mucho más lejano, cuando termine de contar este pequeño relato, hecho de primera mano, por uno de nuestros protagonistas, el amigo Otero. Una Odisea como quién dice, nada mitológica, pero sí equiparable en cuanto a la aventura, al igual que sus trabajos, tan esforzados tal cual Hércules y todo por una pasión, la de poder jugar al fútbol. En aquella época y por esos lares, había que realizar las tareas cotidianas y principales, lo primero, para luego ocuparse de las mundanas. Una vez libre de responsabilidades, le tocaba al ocio y para ello, había que recurrir a unas cuantas peripecias y vicisitudes, empezando por la del negocio (es decir) un acuerdo entre el dueño del terreno (en donde se iba a jugar el partido) y el equipo, previa entrega de un saco de abono, como contraprestacion por el uso y disfrute del mismo, para luego pasar al reparto de tareas; mientras unos preparaban y adecentaban el campo, otros iban a un monte cercano, cortaban unos cuantos pinos, se hacían y montaban unas porterías y al lio. Decir que todo esto, se realizaba cuando se jugaba en casa y para que quede esta historia completa, comentar que en los desplazamientos (Jubia, Neda, Valdoviño o A Capela) había que recurrir a la bicicleta, llevando los adultos a los más jóvenes, en el portabultos.
Moraleja; no hay barreras ni impedimentos, sólo dificultades.